Mi abuela nació en el norte chico de Chile, pero se vino a Santiago hace muchos años. Quedaron muchos familiares que se esparcieron por el norte grande y otros que quedaron en la zona. Estoy hablando de Punitaqui, un pueblo ubicado al interior de Ovalle, IV Región de Coquimbo.
Aquí va mi historia. En mi infancia, todas las vacaciones, íbamos en familia a quedarnos 3 semanas en el campo. Pero uno de esos años fue muy especial, porque vimos nacer a una burrita, lo que no sabíamos es que se convertiría en nuestra mascota por muchos veranos más.
Cuando nació la llamamos "Jacinta", era el animal de campo más tierno que con mis primos habíamos visto en nuestra vida y fue la mejor motivación para regresar a Punitaqui todos los años.
Siempre que teníamos que planificar las vacaciones, Punitaqui estaba en primer lugar. Es que no podíamos dejar pasar un año sin ver a la "Jacinta". Lo más lindo era darnos cuenta de cómo iba creciendo y cómo la querían en el pueblo.
Ella vivía en pleno campo, se rodeaba de gallinas, caballos y vacas. Ella era la regalona de mi tío y por supuesto de nosotros, los santiaguinos.
Cada vez que nos veía era impresionante cómo nos demostraba su cariño, es que mí tío la tenía muy domada, era dócil e inteligente. Pienso que fue un animal muy especial desde que nació y aunque durante el año no íbamos siempre al pueblo, nunca dejamos de llamar a nuestro tío para saber de ella.
Con el paso de los años nuestra Jacinta también tuvo sus hijos y también pudimos conocerlos. Cada momento era único para mí y para mis primos.
Pero como a todo ser vivo, le llegó su fin. Durante Fiestas Patrias del 2006, nuestro tío nos avisó que la burrita estaba enferma. Ya tenía 14 años y si bien los burros pueden vivir hasta los 20, ella se sentía cansada. Lo bonito de esta historia es que esperó que llegara el verano, la abrazamos por última vez y una noche nos dejó. Se fue tranquila en el sueño, sin sufrimientos, algo impagable para el término de esta hermosa historia entre una mascota y su familia.
Imagen CC makoworks