En mi casa siempre hemos tenido mascotas y, por lo general siempre han sido gatos; exceptuando una tortuga, algunos peces y a "Gokú", nuestro pequeño y peludo hámster.
Recuerdo que se lo regalaron a mi sobrino Gonzalo, que habrá tenido unos ocho o diez años (ahora tiene 25) y que, en ese entonces, vivía con nosotros. Todos quedamos enamorados del pequeñito roedor, que llegaba a dar alegría a nuestro hogar. Era suave, divertido y caminaba muy rápido con sus patitas cortas. Sus ojitos eran inocentes y movía con gracia sus bigotes. Como era de Gonzalo, era él el que tenía que bautizarlo. En esa época estaban de moda los Dragon Ball Z, por lo que no fue ninguna sorpresa que bautizara a la nueva mascota como Gokú. Lo instalaron en su correspondiente jaula con ruedita, dispensador de comida y agua en una esquina visible del clóset de mi hermana, mamá de Gonzalo. El problema fue que, sin saber que sería un peligro, en ese mismo espacio mi hermana guardaba sus zapatos. ¡Grave error! No teníamos idea que el inocente Gokú tenía complejo de fashionista y le gustaba comer zapatos. Una mañana, al ir a trabajar, mi hermana se dio cuenta de la tragedia. Algunos de sus zapatos estaban carcomidos por los dientes de un extraño. Claramente no era ninguno de nosotros jajá, por lo que el único culpable tenía un solo nombre: Gokú. El cómo procedía a cometer estas fechorías, hasta el día de hoy sigue siendo un misterio, pero la teoría que parece ser más certera, es que a través de la jaula y con sus diminutas pero hábiles manitas, acercaba los zapatos hacia su boca y comenzaba a morderlos hasta dejarlos imposibles.
No exagero al decir que fue al menos un par de zapatos los que perdió mi hermana y entre risas, enojo y ternura, Gokú lamentablemente forjó su destino fuera de nuestro hogar. Como no podíamos ubicarlo en otro lugar, que no fuera en ese rinconcito cerca de los zapatos, porque no teníamos otro espacio, optamos por darlo en adopción. Además, seguramente iba a terminar enfermándose de la guatita. La noticia nos puso tristes a todos, especialmente a mi pequeño sobrino, pero fue la solución más adecuada, para que mi hermana no siguiera yendo con zapatos cambiados a trabajar. No, mentira, nunca llegó a ese extremo, jeje.
Al menos quedamos conformes, con que a Gokú lo recibiera una familia que sí tenía el espacio adecuado para tenerlo y que además, habían quedado encantados con su dulzura. Lo entregamos, no sin antes advertirle de las travesuras de nuestro pequeño come zapatos. Su recuerdo aún sigue vivo en nosotros y nos sigue causando gracia su adicción a masticar cuero (o material sintético). Lo último que supimos de él, es que murió de viejito ¡Final feliz!
Imagen CC Jesse Barker