Desde que tengo uso de razón , en mi casa ha habido gatos. Negros, tricolor, grises, machos, hembras, pelados y peludos. Una vez tuvimos una gatita tuerta,se llamaba "Andrea". Somos amantes de los gatos, todos en mi familia, sin excepción.
Recuerdo con mucha pena que el último gato que estuvo en mi casa se llamaba "Chocolate", era negro azabache y pequeño. Murió triste e injustamente atropellado.
Era febrero del 2010 y ocurría lo que todos ya sabemos. Un terremoto 8.8 sacudió la zona centro y sur de nuestro país, con consecuencias devastadoras. En Santiago, una de las zonas más afectadas fue la Villa Olímpica que se encuentra en Ñuñoa, en donde tengo familiares y conocidos. Uno de ellos era un ex pololo.
Un par de días después a eso del medio día y con la conmoción de la tragedia aún a flor de piel, me encontraba en el patio de mi casa haciendo nada en especial, cuando veo que a lo lejos se acerca una silueta que reconocí de inmediato. Era mi ex pololo (del cual me reservaré el nombre) que venía directo hacia mi casa con algo entre las manos. Mientras más se acercaba, más podía yo confirmar lo que pensaba que era: un gato.
Esa pequeña bola de pelos me robó el corazón. Me contó la historia de la pequeña peluda. Su gata había parido a sus crías un mes atrás y él, junto a su actual pareja, ya estaban pensando en regalar a los gatitos. La noche del terremoto un muro cayó sobre la gata y sus cías, dejándolos bajo los escombros. Afortunadamente todos sobrevivieron, algo aturdidos, pero sanos y salvos.
Mi ex se acercó a mi sabiendo que mi familia y yo somos amantes de los gatos. Él buscaba una persona que le diera cuidado y amor a esta pequeña gatita que traía entre sus manos, ya que siendo tan pequeña había pasado una traumática experiencia. Con la autorización de mi mamá la aceptamos llenos de alegría.
Desde el día uno demostró una inteligencia admirable. Aprendió a hacer sus necesidades en su cajita inmediatamente y comía sus alimentos correspondientes. Pero algo me llamaba la atención; al pasarlos días la gatita no maullaba y tampoco se dejaba acariciar, era muy huraña.
En una de las tantas visitas a la veterinaria, le contamos la historia de "Blue" -sí, así la llamamos- y nos confirmó que muchas mascotas habían quedado con algún tipo de secuela post terremoto, así como también hubo algunos que se arrancaron o saltaron desde los balcones, así es que era muy probable que nuestra Blue fuera arisca debido a lo que había vivido cuando era un cachorro.
Ahora está grande y peluda, y me mira con esos deliciosos ojitos verdes, aunque a veces cuando uno quiere acariciarla ella muerde. Pero cuando quiere ser acariciada, se acomoda sobre las personas y, aunque le cuesta entregarse, finalmente cede por completo. Hay que ser paciente y cauteloso para estar con ella y para mí, eso la hace muy especial. Mi gatita terremoteada, mi gatita traumada, mi gatita inteligente, aquella que luego de la tragedia llegó para llenar mi hogar de felicidad.
Imagen CC Pablo Basile