Participar de un caso de rescate animal tiene un vaivén de sentimientos: pasas por la pena, la esperanza, a veces decaes y finalmente llegas a la alegría. Pero solo a veces. Afortunadamente el caso de Julieta, que es que les contaré a continuación, tiene un final feliz.
La protagonista de la historia -además de la perrita rescatada- no soy yo, es Tamara, una amiga animalista que hace labores increíbles motivada sólo por amor, para ayudar a nuestros hermanos menores. El caso de Julieta llegó a manos de Tamara en septiembre del año pasado. Mientras ella estaba trabajando recibió un llamado con una noticia bastante impactante: una perrita poodle había sido encontrada en muy mal estado y con muy mal olor. La primera acción, por parte de terceros, fue llevarla en forma inmediata a la clínica veterinaria Santa María de Asis, en Lo Prado, para que recibiera la ayuda que claramente necesitaba cor urgencia.
Mi amiga Tamara no tardó en llegar al lugar y apenas salió del trabajo corrió al encuentro con Julieta. Al llegar a la clínica, la perrita ya estaba con todo su pelo cortado y a punto de ser suturada en unas horribles heridas que se posaban en su cuerpo que estaba morado, débil, sangrante. Un corte perfectamente realizado en su cuello, hacía suponer que tan desgraciada crueldad recaía en un humano. El panorama no era nada alentador ya que los veterinarios determinaron que sus heridas llevaban un tiempo considerable, debido a que en el procedimiento de curación, al abrir el tajo de su cuello, salieron un montón de larvas que amenazaban con alojarse en su cráneo.
"La verdad es que quedé impactada y pensé que no sobreviviría a los cortes y puntazos que tenía su cuerpecito, además estaba llena de hematomas", me relata Tamara recordando a Julieta y lo mal que se encontraba. No creía lo que estaba viendo, no concebía el maltrato que había recibido. La besó y la acarició durante largo rato, pero Julieta estaba dopada y no sentía su contacto. Las esperanzas de recuperarla se veían cada vez más lejanas.
El trabajo que vino después de su curación fue arduo y el equipo de la clínica fue primordial en esa labor. Además, los contactos de Facebook de Tamara siguen al pie del cañón todos sus casos, la apoyan en su trabajo de difusión y, algo muy importante, la ayudan con aportes voluntarios que ella destina únicamente a sus rescates. Una hermosa cadena de aportes y amor sacaban poco a poco adelante a Julieta.
Mientras tanto ella seguía temblorosa, miedosa y traumada con quienes se le acercaban. Claramente los efectos del maltrato seguían latentes en ella y le iba a costar entender que no todos los humanos eran malos.
Al contarme su historia, mi amiga Tamara dijo una frase que grafica la motivación de todos los animalistas : "cuando la vi por primera vez , no tenía esperanzas, pero al verla después entendí que todo el esfuerzo vale la pena".
Luego de un mes, Julieta, de cinco años, se estaba recuperando y ahora vendría el proceso de buscarle un hogar. La misión era un tanto compleja, ya que la perrita seguía asustándose al contacto con los humanos, por lo que se buscó una familia que idealmente no tuviera niños. Su historia causó tanta conmoción e impacto, que la familia más acorde para Julieta finalmente llegó.
Para Tamara el caso de "la Ju", como ella le dice de cariño, fue significativamente especial ya que se encontraba muy malherida y la tarea de sacarla adelante fue difícil. La sola idea de imaginar que un ser humano pueda causarle tanto daño a un animal que no puede defenderse, repugna. El seguimiento de su caso es constante y ahora Julieta está feliz, corre, ladra y se ve muy bien y a mi amiga le causa una enorme satisfacción.
La tarea que hacen los animalistas, es de héroes. Ellos sacrifican tiempo, dinero y energía y solo impulsados por el amor hacia los animales, logran verdaderos milagros. "Mi recompensa por lo que realizo es eso, verlos recuperados y felices", reflexiona Tamara.