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Cada cierto tiempo, vemos en los noticias algún horrible caso de alguien atacado por un can. Nos estremecimos al escuchar sobre Carlos Jamet, que con solo 21 años fue desmembrado por una jauría de perros, al acortar camino por un terreno baldío. También nos emocionamos cuando César Barriga logró abrir los ojos, luego de varias semanas de coma inducido. Esta medida debió tomarse debido a que se contagió el virus de la rabia de un perro en Quilpué. Barriga es una de las 7 personas en todo el mundo que pueden decir que sobrevivieron a este virus que, una vez que declara síntomas, tiene casi un 100% de mortalidad. Pero más allá de la impresión, ¿hacemos algo más? ¿Realmente comprendemos lo grave que puede ser el ataque de un animal y nuestra cuota de responsabilidad?
A mí me mordió un perro por primera vez en la vida y me dejó una herida tan profunda, que tres semanas después del ataque, aun no camino bien. Por mucho que amo a los animales y lo bien que sé manejarlos, no me pude salvar de aquel ataque. Hay personas que tienen suerte y el mismo grueso de los pantalones los protege y se regresan a su casa con unos rasguños o un moretón. En mi caso, gracias al pantaloncito veraniego que llevaba puesto, los dientes pasaron totalmente de largo...
El Ataque El incidente ocurrió un día sábado cualquiera, paseando por el Cerro Chepe, en Concepción. Al perro lo vimos por primera vez, cuando subimos por la delgada escalera que conecta al cerro con el cementerio de la ciudad; como iba acompañada de dos amigas, aquella vez sólo se limitó a gruñir. Fue cuando iba bajando de regreso, sola y apurada, que me atacó. Cuando vi que ese quiltro de tamaño mediano se me venía encima, pensé seriamente en correr. Hasta alcancé a dar media vuelta. Pero apenas di un tranco para alejarme, escuché que otros tres perros se pusieron a ladrar tras mis espaldas. Temí que si arrancaba, iba a terminar con una jauría completa siguiéndome y lo mismo pasaría si intentaba defenderme. Así que me quedé quieta y recibí el mordisco con una tranquilidad que no sé de dónde saqué.
Por suerte, el perro no me zamarreó y apenas sacó el pedazo, retrocedió unos pasos, sin dejar de mostrarme los dientes, pero nunca metiendo ruido. Lo de que “perro que ladra, no muerde” y viceversa, es totalmente cierto. Un poblador que escuchó los ladridos salió a defenderme. Aun tengo la duda de si el animal le pertenecía a él o no, pero cuando me vio la sangre corriendo por la pierna, se asustó. Y cuando levantamos mi pantalón para ver cómo estaba la herida, fue peor. Prefiero no ahondar en detalles, pero lo resumiré así: ese día conocí mi músculo gemelo sin necesidad de una ecografía.
Bajar lo que me restaba del cerro con la pierna sangrando, fue tortuoso. Mi abuelo me rescató apenas llegué abajo y al menos, pronto pude estar tendida en la camilla de un box de urgencias.
La recuperación Aquel día, el cirujano tardó unos 45 minutos en llegar, durante los cuales me echaron antibióticos y litros y litros de suero por el agujero de la pierna. No sé cómo explicar el dolor de que te claven enormes agujas de anestesia local alrededor de la misma lesión, encima de los moretones, de los rasguños exteriores y que tengas que aguantar todo eso consciente. Me tuvieron que cortar un pedacito de pierna para emparejarlo todo y quitar la carne desgarrada. No te pueden coser el músculo: sólo te dan suturas externas y bien sueltas, porque las probabilidades de que una herida así se infecte, son altísimas y si eso ocurre, hay que volver a abrir.
Lo que viene después no es menor: El proceso de sanar es lentísimo y al no poder caminar, dependes de los demás. Las curaciones día por medio son caras y los antibióticos y calmantes cada 6 horas pueden hacer ceder al estómago más fuerte. Tienes que estar alrededor de un mes poniéndote la antirrábica, que por suerte ahora son 5 dosis en el brazo y no 16 pinchazos en el estómago, como le pasó a mi abuela años atrás. La cuenta del cirujano dolió casi tanto como el mordisco.
Lo bueno es que yo sigo aquí: pude contarla. Y quise escribir sobre esto, porque muchos me recriminaron por haber bajado sola un cerro o por no haber andado con rifle a postones al hombro o con un spray de pimienta o qué se yo. Hasta me retaron porque me gusta acariciar a animales callejeros. Siendo que el problema es otro.
Tenencia Responsable Esos perros excesivamente agresivos, hambrientos y calculadores no aparecen por arte de magia en tu camino. Están ahí porque un ser humano los maltrató, los abandonó o los tiene sin comer desde hace semanas. Cada vez que no esterilizas a una mascota, por ejemplo un perro macho, no tienes idea a dónde van a parar las perritas que éste preña y los cachorros que nacerán después. Y algún día, uno de esos canes podría atacar a tu pareja, o a tus hijos y con heridas mucho peores, que pueden estar en la cara o cerca de una arteria principal.
Por eso, la próxima vez que veas una noticia sobre ataques de perros en la televisión, no pienses que deberían exterminarlos o que es algo de lo que debe ocuparse la municipalidad. Piensa si no será que tú mismo estás contribuyendo al problema. Para no hacerlo: no abandones animales, aliméntalos bien, esteriliza a tus mascotas (tu perro no dejará de ser “menos macho” porque lo castres), tenlos con las vacunas al día y ante todo, quiérelos mucho. Estoy segura de que si todos lo hicieran, yo no tendría por qué andar cojeando con miedo por la calle. Y Carlos Jamet estaría vivo y César Barriga no tendría que estar en un arduo proceso de rehabilitación física y mental.
Foto CC vía Joel Dinda