Cuando era chica nunca tuve mascotas. Éramos cuatro hermanos y en la casa mi madre, de verdad, no podía con un miembro más. Así que desde pequeños fue categórica: nada de animales en la casa.
Claro, decirle a un niño "no" a cualquier cosa, es una invitación a que nos guste más. Intentamos meter a la casa, a cualquier animal que encontrábamos en la calle, pero nuestras misiones nunca prosperaban. Sin embargo, debo admitir que en esos acercamientos a las cosas chicas y peludas, los gatos siempre se llevaban gran parte de mi atención.
Pero al crecer, las cosas cambian; uno se llena de responsabilidades y pensar en tener a una mascota en la casa, me hacía recordar las palabras de mi mamá. Pasé gran parte de mi vida "des-mascotada", hasta que conocí a "Fanto".
Era el gato adoptado de mi hermana. Ella vivía en una casa grande y le pareció buena idea, adoptar a tres gatitos (no a uno, sino a ¡tres!) para que "la ayudaran" con el control de plagas, ya que se dice, que los gatos son buenos cazadores de bichitos rastreros. De los tres, el más particular era Fanto.
Cuando mi hermana lo recogió en el refugio, el chico que se lo dio, pensó que ella había encontrado a su mascota perdida, ya que Fanto ronroneó y se dejó acariciar (mejor dicho, obligó a mi hermana a acariciarlo) desde el primer instante. Cuando llegó a la casa, el esposo de mi hermana, al ver su tamaño y lo gordito que era, dijo: "esto no parece un gato, parece un elefante". Con mi hermana, recordamos una teleserie donde el protagonista tenía un pequeño elefante como mascota, llamado Fanto y nos pareció perfecto ese nombre para esta bola de pelos.
Siempre fue flojísimo. Nunca cazó nada. Cuando sus hermanos cazaban algo, él buscaba el cadáver y se lo volvía a mostrar a mi hermana, como diciendo "mira esto que te traje". Sus deportes eran ronronear y comerse la comida de los otros gatos. Y como estaba ya castrado, eso de salir a buscar gatas, no era para él nada divertido.
Por cuestiones de trabajo, mi hermana tuvo que salir del país y Fanto no podía ir en la maleta. Ya sus hermanos no estaban en este mundo terrenal y empezó el problema: ¿con quién se queda Fanto? Por más cariño que le tenía, yo vivía con mis suegros y llevarlo a mi departamento, era un no-no. Así fue, como Fanto cayó en casa de mis abuelos.
Ahí le dieron cariño, pero al ponerse más viejos mis abuelitos, lo descuidaron mucho. Su pelaje se llenó de nudos y hasta engordó unos kilos más (se les olvidaba que le habían dado comida y le servían el doble). Llegó el momento, en que mis abuelos no podían cuidarlo y volvió el problema: ¿dónde se quedará este señor? Yo ya vivía sola con mi esposo en un departamento, pero siempre pensé que quizás era mejor que se diera a Fanto en adopción (esto me duele mucho admitirlo) y fue mi señor quien dijo "no, vamos a dejarlo en la casa con nosotros".
Fanto llegó en enero del 2010 a mi hogar. Olió todo y lloró toda la noche. Pensé que eso no era vida para mí, no dormir por los gritos (porque me parecían eso, gritos) de Fanto. Pero al día siguiente, cuando tomaba desayuno, se sentó en mis piernas y no me abandonó por el resto del día. Ese día, me sentí como una madre a la que le dan a su hijo por primera vez. No podía dejarlo. Nació un amor y un lazo que no se ha podido romper.
También nacieron los celos, ya que Fanto quiere más a mi esposo y lo esperaba en la puerta, cuando llegaba del trabajo (yo estaba todo el día en la casa, así que no era novedad). Pasaron los años y Fanto se volvió el hijo peludo que no teníamos. En mi Facebook se hizo famosísimo y en mi cuenta de Instagram, hasta un hashgtag tiene para el (#elgranfanto)
Mi esposo y yo nos mudamos a Santiago en octubre del 2012 y Fanto tuvo que quedarse en Venezuela, con su abuela. Pasamos meses "hablando" con él por Skype y apenas tuvimos nuestro departamento, buscamos a Fanto para que emprendiera con nosotros la aventura chilena.
El gordo se ha acostumbrado muy bien, sigue practicando sus deportes favoritos (dormir y ronronear) y con el invierno, le salió más pelo de lo que creía posible. En verano perdió bastante, pero hay que admitir que es una fuente inagotable de pelos. Ya va para su segundo invierno santiaguino y lo que les puedo decir, es que Fanto sigue siendo la bola de pelos de mi corazón.