Dentro de los nuevos tratamientos para humanos y animalitos, hay una tendencia que cada vez se impone más en el tratamiento de problemas psicológicos y de conducta, como lo son los psicofármacos: entre ellos los antidepresivos y los ansiolíticos. Estos productos actúan sobre el sistema nervioso, afectando la producción de hormonas a nivel químico. Por lo tanto, son de tener cuidado, especialmente por los efectos secundarios que acarrean.
Y es que varios estudios realizados al respecto han señalado que dichos efectos secundarios muchas veces se relacionan con un aumento de las conductas agresivas. ¿Por qué? Pues porque dichos fármacos actúan disminuyendo la captación de serotonina por parte de los neurotransmisores cerebrales. Esta hormona es la denominada “hormona del placer”, y el efecto secundario de disminuir su captación es precisamente la reducción de las barreras psicológicas que naturalmente frenan los impulsos agresivos. O sea, los psicofármacos ayudan a solucionar un problema, creando otro.
Ahora, imagínense dicho efecto en nuestras mascotas. Ellas no pueden decirnos cómo se están sintiendo, sino que simplemente se transforman en una bomba de tiempo que puede estallar con algún arranque de agresividad totalmente inesperado.
Por lo demás, generalmente la utilización de este tipo de fármacos siempre debiese ser la última alternativa, ya que por ejemplo, en el caso de los perros con problemas de conducta, siempre es posible intentar con una buena educación correctiva del comportamiento en cuestión (ladridos excesivos, orinarse en lugares incorrectos, destrozos cuando se quedan solos, etc.)
Asimismo, también están las alternativas naturales, como Flores de Bach. Sin embargo, todo debe ir acompañado siempre de una educación y corrección - por parte de los dueños - del comportamiento a tratar. No sacamos nada con atacar los síntomas de algo, sin ir a la causa que lo provoca desde la raíz.
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