¿Qué evolución tuvieron los perritos hasta llegar a convertirse en nuestros entrañables amigos? Es una pregunta que la ciencia se ha formulado un sinnúmero de veces, cuya respuesta ahora parece próxima. Todo, gracias al pensamiento del ruso Dimitry Konstantinoch Belyaev, respecto de que el comportamiento de los animales domésticos podría ser heredable.
Belyaev durante su vida (falleció en 1985) mantuvo la hipótesis de que las características de docilidad pudieron llegar a provocar cambios en la anatomía y fisiología de las mascotas en el transcurso de generaciones. Para comprobar tal postulado, se realizó un experimento con zorros grises, característicamente más dóciles ante el contacto con seres humanos.
La experiencia consistió en criar a algunos de estos animalitos, tratándolos a intervalos como animales de compañía. Cuando éstos alcanzaban su madurez sexual (alrededor de los ocho meses de edad) se ponía a prueba su comportamiento frente al hombre: algunos actuaban como lo haría el común de su especie – gruñendo, retrocediendo o mordiendo – mientras otros se mostraban más dóciles y afables al contacto con personas. Estos últimos fueron tomados para avanzar con el muestreo.
Cuarenta generaciones después, la descendencia del grupo de zorros más dóciles – y que fueron criados como mascotas – mostraba un comportamiento similar al de un can: no temía a los extraños, gemía para capturar atención, jugaba con sus humanos y meneaba la cola en señal de alegría. Lo sorprendente es que además, esta generación de zorros experimento cambios en su fisiología: el rabo era más corto y el tono del pelaje era distinto, al igual que su cráneo y mandíbula. Además, carecía del olor característico de su especie.
Una probable explicación a este fenómeno puede deberse a la baja producción de adrenalina – “hormona del estrés” - en los zorros que compusieron la muestra, lo cual habría gatillado cambios en su morfología, conclusión que aún está en estudio. Lo cierto es que este experimento incluso hoy continúa descubriendo nuevos cambios en la genética de estos animalitos en cuanto a fisonomía, comportamiento y cognición.
Aún desconocemos si el hecho de que nuestros peluditos del alma estén ahí, junto a nosotros, mirándonos con ojos tiernos se debe a que un día un dócil lobo – diferente a su manada – decidió acercarse al hombre y vivir con él, ¡pero puede que estemos mucho más cerca de descubrirlo!.