Cuando nos fuimos a vivir juntos con un amigo, hubo un tópico que resultó un poco confuso para los dos y que tenía que ver con mi gata. Hacía muuuuucho tiempo que quería adoptar y cuando por fin lo logré, salió lo del cambio de casa así que tomé a mi mascota, mis maletas y me fui.
Sin embargo, la cara de mi amigo no fue la mejor cuando me vio llegar. Él nunca había vivido con gatos, por lo que se transformó casi en un desafío el demostrarle que no era tan complicado como él creía.
De partida, son demasiados los mitos que el común de las personas tiene sobre los gatos, por lo que tuve que explicarle que no todos son agresivos, también que no todos rascan el papel mural y bueno, como con todas las mascotas, lo mejor es enseñarles mientras están cachorros.
Pasaron los días y tuvimos que comprar un repelente porque la gata no tenía las paredes maltratadas, pero sí había comenzado una peligrosa fijación con el sillón. Con mucha paciencia, decidimos probar con un repelente en spry, pero eso no sería suficiente.
Tuve que estar muy atenta esos días a que la gata no acercara sus uñas a las esquinas del cómodo mueble. Con el tiempo nos percatamos que nada terrible había pasado y que el sillón seguía casi intacto.
Asimismo, si mi atención y el spry no daban resultados, tenía una cartita bajo la manga: el rascador casero. Menos mal que no lo he necesitado todavía. Después de dos meses, los métodos más simples dieron resultado e incluso a veces he visto a mi amigo hacerle cariño a la gata. Al igual que las personas, todos los gatos son distintos, pero por lo menos con esta, tuve mucha suerte.
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