Toda mi vida tuve gatos en mi casa. Los perritos siempre los consideramos una mayor responsabilidad y gasto económico con mis padres. Sin embargo, el destino quiso que un día nos topáramos con unos perritos y ahí comenzó la aventura. Un día subiendo el cerro Renca con mi mamá y sobrina, nos encontramos 3 cachorritos abandonados. No tenían más de 2 meses, y algún ser humano se dio el trabajo de subir casi a la mitad de este cerro y dejarlos a su suerte. Los recogimos, y pusimos en adopción a los 3. Finalmente, nos quedamos con uno de ellos y tiempo más tarde volvió a nuestra casa otro de los que regalamos (esto también fue un tema sensible, ya que nos dimos cuenta que no tuvimos el mejor de los ojos para regalarlos… pero entiéndanme, no tenía mucha experiencia en el tema).
Meses después, rescatamos a un nuevo perrito de unos 6 o 7 meses aproximadamente. Él venía completamente traumado y temeroso de los humanos, pero con cariño y paciencia logramos que confiara en nosotros.
El punto es que, previo a toda esta historia, teníamos 3 gatos. Todos son adultos, de más de 8 años. Y ha sido un aprendizaje día a día, ya que les ha costado adaptarse a los nuevos integrantes de la familia.
Lo primero que tuvimos que hacer, luego de entender que los gatos ya no podían deambular libre y tranquilamente, fue dividir el patio de manera que cada uno tuviera su espacio. Porque los perritos al ser más jóvenes, veían como objeto de juego a los gatos, y no medían su fuerza, lo cual nos preocupó mucho.
Pero sin duda, lo más importante fue poder ir corrigiendo a los perritos cada vez que tenían algún comportamiento violento o invasivo hacia los gatitos. Pararse frente al perro, con postura firme y tranquila, no enojado, sino que firme, y decirle “NO”. Y cuando haga caso, se aleje y se calme, hay que premiarlo sí o sí, ya que ellos responden a estímulos. Siempre es bueno tener galletitas de perro para hacerlo, pero si no, siempre puedes acariciarles la pancita y darle unos mimos.
Asimismo, es muy importante que se respeten los espacios de cada uno. Ambos son animales territoriales, por lo que establecer en qué pieza puede entrar cada uno es necesario. En nuestro caso, mi dormitorio es terreno exclusivo de los gatitos, los perros no pueden entrar. Recordemos que son bastante mayores, y un gato estresado generalmente somatiza este estrés. También tuvimos que hacer a los gatitos respetar el espacio de los perros, como por ejemplo, no dejando que se echaran en sus mantitas o camitas.
En conclusión, lo fundamental es enseñarles a respetarse mutuamente, ir corrigiendo los comportamientos que no contribuyen a esto, y premiar los que sí lo hacen.
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