Mi gata se estresa hasta niveles exorbitantes cada vez que tengo que llevarla al veterinario. Lamentablemente, es inevitable de vez en cuando hacerla pasar por este stress. En general ella no se enferma casi nunca, las visitas al doc son más que nada por vacunas. Pero hace un tiempo está con problemas en un ojo y sería negligente de mi parte no llevarla.
El problema es todo el asunto que rodea la visita. Para empezar intento tranquilizarla, le converso y le cuento un poco lo que va a pasar (si sé, estoy media loca). Me llevo la gatera al auto y agarro a mi gata, que al ver que nos estamos acercando, se empieza a poner cada vez más tiesa hasta adoptar las poses más inusuales para intentar soltarse. Le digo: "Minina, calma" y lucho para meterla a la gatera. Es difícil pero no imposible, hay que ponerse firme no más. Como cuando un niño no quiere comer, el papá manda.
Entonces partimos al doctor y empieza el canto desesperado del pobre animal, un lánguido maullido, mucho más ronco y claramente diciendo: "Te odioooooo". Pero uno sabe... ya pasará.
Al llegar al vet, cero opción de que ahora se baje. Su jaula odiada ahora se convierte en refugio, pero una vez afuera, mi gata se transforma en la gata más amorosa del mundo, se porta re bien, no rajuña ni maúlla, solo espera calmada a ver qué le van a hacer ahora. Le transpiran sus patitas y pelecha más que de costumbre. Todo por stress.
Pero una vez que termina la tortura, se mete gustosamente a su jaulita y de vuelta a casa. En el auto llora de nuevo pero una vez que llegamos, le abro y se baja sola, como diciendo: "Ya no te odio, pero pucha que eres mala persona, no te quiero". Al rato come, se lava y me vuelve a ronronear... Ahora sé que me quiere de nuevo. Mi gata nunca ha sido rencorosa. Menos mal.